La primera vez fue en la biblioteca. “Vamos a estudiar”, le dijo. “Nos vemos después de clases en la biblioteca, sí o sí”. Ese día la última clase terminó abruptamente antes, mucho antes, por una desavenencia con una profesora provocada por un compañero.
La encontró junto a la rampa que conduce al piso de arriba donde está el ‘lugar de los libros’. Estaba conversando con sus amigos. “Voy a comer algo y vuelvo”, dijo él dirigiendo la mirada luego hacia la entrada que da a la calle.
No había almorzado ese día. Eran las 4:15 de la tarde. Diez minutos más tarde vuelve de comer, sube por la rampa, le hace una seña, y le dice “te espero arriba”.
“Nos vemos después de clases en la biblioteca, sí o sí” |
Cinco y veinte. Casi una hora esperando. Una persona conocida está realizando una entrevista casi con susurros para un trabajo práctico de la facultad.
Cinco veintisiete. Suspira profundamente al mirar el reloj y observa más allá a alguien hacer “shhh” cuando el otro que se sentaba al lado suyo levantó la voz.
Cinco cuarenta y nueve. Apenas puede identificar el sentimiento que emana del interior. Una agraz mezcla de tristeza y rabia, melancolía y decepción y otros sentimientos entremezclados. No sabe si salir corriendo o quebrarse. Se queda mirando la nada, el vacío varios minutos. Revisa el bolsillo trasero del pantalón. ¡Lo que faltaba! Estos billetes de plástico son una verdadera molestia, especialmente cuando se resbalan y caen del pantalón. Estaba sin pasaje para volver a casa, plantado, con ganas de llorar.
–¿Estás bien?
–Estaba esperado a alguien, parece que no vino, parece que no va a venir.
–¿Desde hace rato ya estás esperando? Porque hace bastante ya que estás acá.
Era esa misma persona que estaba haciendo aquella entrevista que duró más de lo que imaginó. Le cuenta por qué los billetes plásticos y los pantalones vaqueros no se llevan bien. Con cierta vergüenza le pide prestado un billete de dos. Le da uno de cinco y da a entender que no es necesario el vuelto ni que devuelva, algo así como un ‘te lo regalo’.
Seis treinta y cinco de la tarde. Dos horas de espera. Afuera está oscuro. Se dirige a esperar el colectivo. Agarra el asiento más alejado, donde hay menos luz. Mira por la ventanilla. A pesar de que intenta detenerlas, se deslizan por la mejilla algunas lágrimas.
Ha pasado mucho desde entonces. Volvieron a hablar. Supuestamente fue un malentendido. Estaba aparentemente embelesada por lo que le contaba un amigo suyo. Al final él sintió dolor mas no enojo, pero ella se enojó. Pensó que después de que le dijo que fue a merendar ya no volvió, que él fue quien le dejó plantada. Un sinsentido.
Y hoy literalmente estuvo ahí sentado en su cama esperando.
Las horas pasaban, los segundos se eternizaban. No la llamó porque confiaba en que esta vez sí iba a ser cierto, esta vez no le iba a dejar plantado, pues de eso justamente hablaron la última vez que se vieron.
“Te voy a llamar sí o sí” le dijo.
Pues esperó. Esperó todo el día. Sentado junto al teléfono. Jamás llamó.
Otra vez le dejó plantado.
Imagen: Peter M. Fisher/Corbis