24/08/11

Todo pasa... (cuento)

Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte: Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total y que ayude a mis herederos y a los herederos de mis herederos para siempre.

Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo.

Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podían haber escrito grandes tratados, pero debían darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total.

Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada.

El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre.

La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó del él, por tanto, lo trataba como si fuera de la familia.

El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó. Y este le dijo:

–No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje. Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente y en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento me dio este mensaje: (el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey). Pero no lo leas –le dijo– mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación.

Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida, y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos.

Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: en frente había un precipicio profundo y un profundo valle; caer por él sería el fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos. No podía seguir hacia adelante y no había ningún otro camino. De repente se acordó del anillo.

Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso: Simplemente decía “ESTO TAMBIÉN PASARÁ”.

Mientras leía “esto también pasará”, sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de los caballos.

El rey se sentía profundamente agradecido con el sirviente y el místico desconocido. Aquellas palabras habían resultado milagrosas.

Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino.

Y el día que entraba de nuevo victoriosos, en la capital hubo gran celebración con música, bailes… y él se sentía muy orgulloso de sí mismo.

El anciano estaba a su lado en el carro y le dijo:

–Este momento es adecuado, vuelve a mirar el mensaje.

–¿Qué quieres decir? –preguntó el rey–. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida.

–Escucha –dijo el anciano–, este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas; también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuanto estás derrotado; también es para cuando te sientes victorioso. No es sólo cuando eres el último: también es para cuando eres el primero.

El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: “Esto también pasará”, y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, pero el orgullo, el ego, había desaparecido.

El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Se había iluminado.

Entonces el anciano le dijo:

–Recuerda que todo pasa. Ninguna cosa, ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza.
Autor desconocido.
Imagen: Flickr