04/04/11

Y me ganó el dolor...

Y llovía a cántaros esa noche… Una película por televisión, una película de guerra. “Voy a tener todo pesadilla si seguimos viendo esto” le dije a mi hermana quien estaba sentada junto a mí frente al aparato. “¿Cambio?”, le pregunté. En otros canales publicidad, publicidad, publicidad, noticiero. El “zócalo” de la noticia decía algo así: “Otros 9 paraguayos retornan de Japón”.

Me… me parece conocida… La de atrás… yo…

Y “le pasaron el micrófono”, y habló…

Era ella.

Quedé como catatónico un par de segundos.

“Qué mucho que cambió en estos años” fue lo único que atiné a decir.

“¿Quién?”, preguntó mi hermana.

Y sentí como si mi alma fuera un edificio que se derrumbaba, ahí colapsé. Mi voz se quebró, y empecé a lagrimear y a mover mis brazos de un lado a otro. “Es ella”, contesté apenas.

-“Ella, la que… Nah!…” dijo a continuación con una cara de incredulidad.

-“No… no me… no me siento bien… ¡Dios! ¡Oh no! ¡Duele, me duele!”

Con una mano trataba inútilmente agarrar mi corazón que se estrujaba y se hundía hacia abajo, como si se aplastara y apretara fuertemente contra el diafragma impidiéndome respirar. Me estaba ahogando y el dolor era insostenible.

Me levanté. Y salí afuera lo más rápido que pude, casi tropezándome con la puerta.

Y llovía a cántaros esa noche…. Pero sentía nuevamente ese mismo dolor desgarrador, ese vacío más que infinito. Vacío como si me hubieran arrancado de un golpe los pulmones. ¿Nudo en la garganta? ¡Nudo en todo el cuerpo!

En vez de lluvia de agua fría de repente sentí que cada gota que golpeaba este cuerpo que ya lo sentía sin alma eran golpes de recuerdos que destrozaban mi interior.

Y me ganó el dolor…

-“Duele, no quiero sentir, no, no quiero. Argh, no puedo respirar… No, no… “

Y caminando como zombi me dirigí a donde se guardan las pastillas. ¿Calmantes? ¿Sedantes? ¿Clonazepan? ¿Fluoxetina? ¿Venlafaxina? Cualquier cosa, lo que sea. No recuerdo qué tomé. Yo simplemente quería dejar de sentir eso… Dolor. Y quería silencio. “¡Silencio carajo, recuerdos de mierda, ya no más, silencio!” decía en mi interior. Ya no quería recordar. Ya no quería sentir…

Vi a mi hermana a lo lejos. Me miró movió el rostro como con desaprobación tal vez pensando que estaba exagerando.

Luego de eso quedé impávido, mirando la nada un buen rato.

Crucé el patio en medio de la lluvia y volví a mi “casita” donde se encontraba el televisor. Puse una toalla y los restos de un paraguas encima del mismo se lo di a mi hermana. Y con la voz rota le dije “Ya no… ya no voy a ver más la tele”. Y se la llevó a su habitación.

Estaba medio empapado. Con esa misma toalla entré al baño y bajo la ducha empecé a llorar. Luego de un rato de intentar no sentir nada, de tratar de no llorar, encerré mi corazón en una caja de piedra impermeable para que no escapara más la sangre que manaba a borbotones y empapaba mi alma que de por sí ya está oxidada...

Y no. No estoy bien. Nunca estuve bien. Como quisiera ser como los otros que no sienten nada.

Pero ahora yo estoy acá destruido…

[Escrito a principios del mes de Abril]