Un año más de vida. Un año más en soledad. Un año más soñando. Un año más viviendo, sintiendo... un año más de lágrimas agridulces...
Un año más, y un verano más...
Un verano de aquellos que se quedan arraigados en la mente...
Verano en que las cigarras cantan al ocaso todas juntas para ver quien gana con su canto.
Uno en que tomando tereré bajo la sombra de un mango, las frutas caen en tu cabeza dándote un golpazo, pero cambiás el tereré por el mango, porque sabes que, después del tereré, no hay otra cosa más sabrosa.
O uno en que podés tomar una fría sandía, una de esas enormes y recién sacadas de la heladera, así como tanto gusta tomar.
Un verano yo nací, un verano caluroso (36º de máxima aquel día domingo)
Y nací, hace ya más de dos décadas, y lentamente estoy envejeciendo... Es que en mi piel estoy sintiendo cómo de a poco va carcomiendo el dolor que me corroe por dentro.
Dolor por estar tan solo. Dolor por sentir que me ahogo en esta soledad eterna.
Dicen que el tiempo cura el dolor... Qué ignorancia supina! Los recuerdos recrudecen la agonía.
Recuerdos tristes y amargos. Otros ataviados de un suspiro melancólico pero dulce.
En fin... Se supone que al comenzar el año, y más aún, un nuevo año de mi vida debo hacerlo con la debida alegría.
¿Pero qué le voy a hacer si en vez de alegrías sólo encuentro abiertas heridas?