30/01/11

Mal comienzo de año para variar

De un tiempo a esta parte todo está yendo de mal en peor…

Para comenzar al terminar el año me entero que yo no podremos pagar el seguro médico y que por eso se “canceló”, y ¡caput! No más seguro.

Resignación. “Mba’e jajapóta si no hay plata”, dije con tristeza para mis adentros.

Quizá hasta ahí todo esté… ¿bien? (mientras conserve lo único valioso que tengo… que es la salud, claro está)

Pero la otra noche, estaba frente al monitor leyendo (o aprendiendo como suelo decir) ya que leer vendría también a ser mi pasatiempo favorito. Cuando de repente, puse mi mano sobre mi ojo derecho…

–¡Oh Dios!, –grité, (y eso que era prácticamente la madrugada) –¡No veo!–

No es precisamente “no ver”, veo, pero borroso. Me alejé más de la pantalla y empecé a acercarme lentamente. Todo seguía igual. El otro ojo, perfecto, al menos podía ver de cerca (admito que la miopía me jugó malas pasadas antes al tomar colectivos que no debía por no llevar anteojos, pero gracias a Dios veo todavía de cerca con ese ojo).

¿Mi primera reacción? Llorar. Y se me vinieron a la mente montones de recuerdos. Como aquella vez hace varios años en que fui a la oftalmóloga (oculista) –cuando aún tenía seguro– y me mandó hacer montones de estudios, escaneos a mis ojos y cuyos resultados venían en forma de montones de gráficas de colores y datos que yo no podía descifrar.

Dijo que tenía algo así como “queratocono” en mi una de mis córneas (una degeneración que no tiene cura) y que lamentablemente eso sería progresivo. Eso me asustó. “Es como una especie de pirámide o cono justo en la capa externa que protege tu ojo” dijo, (algo así, hace bastante ya, casi no lo recuerdo)

En ese momento se me vino otro recuerdo (sí, es algo así como en la película Inception, sólo que en vez de sueños son recuerdos ). Cuando era chico, estando en cuarto o quinto grado, al igual que toda la primaria no me la pasé muy bien ni muy a gusto que digamos. Ahora le llaman ¿bullying? Para muestra un botón, dicen, y este otro post esclarece algunas cosas.

Y entre ellos había algunos que actuaban hasta, yo diría, sin premeditación y sin saber yo por qué. Como aquella vez enfrente del “cantero” de una de las aulas contiguas junto al cual estuve yo parado tomo este una piedra –que podría pasar más bien por bodoque de no ser por su forma irregular de color marrón oscuro negruzco– y sin mediar palabras la arrojó con fuerza hacia mí sin tener oportunidad de reaccionar. La piedra me dio directo en el ojo. Y nunca voy a olvidar cómo él se veía: reía como endemoniado mientras yo, tirado en el suelo del dolor tocaba, tanteaba a mi alrededor lleno de lágrimas con mi mano derecha y tapándome el ojo lastimado con la mano izquierda.

Recuerdo que estaba a metros del baño. Recuerdo que fui a lavarme los ojos. Recuerdo que quería llorar pero trataba de no hacerlo (pues “los hombres no lloran”, diría el viejo en aquellos tiempos) pero en mi interior sí lo hacía, deseando como casi toda la primaria jamás haber nacido. Y bueno, ahora estoy sacando acá cosas que probablemente a nadie le importe.

¿Y mi ojo? A simple vista no se ve nada, quizá no sea tan avanzado. Aunque tampoco había tenido mucha suerte después porque cuando ya estaba en séptimo u octavo, cuando todavía estaban de moda esos aparatitos láser con figuritas que podías formar en la pared al agregarles el “complemento” en la punta, mi rostro (y por consiguiente mis ojos) se convertía en el perfecto tiro al blanco para las bromas pesadas de aquellos «compañeritos» que no dejaron de molestarme prácticamente jamás. Hace unos años la oftalmóloga, cuando le conté lo del piedrazo, sólo atinó a decir: “¿no tuviste puntos, nada? ¿No mandaste revisar? ¿No te operaron?” Cosas así. Y ahora no puedo. No podría hacerme tratamiento alguno. ¿Sin seguro, cómo?

Para continuar, el hecho de que considere a fines de diciembre como la peor parte del año en el lado emocional, completamente rebosante de tristeza, melancolía por las supuestas fiestas que no son tales, también resulta que se conecta mi “fiesta” de cumpleaños que, al igual que en años anteriores la pasé –casi– completamente solo.

Hace ya unas semanas atrás me alejé de Internet, ya no publico nada en Twitter, estoy sumido en una profundísima devastación interior. ¿De qué sirve un “diseñador web” con diplopía?

Qué más puedo decir… Sólo que estoy tremendamente deprimido…

Es por eso y por otros motivos que ya casi no me conecto más, con decir que (al momento de escribir esto) no entré a mi Twitter en más de un mes.

[Escrito en la segunda mitad del mes de Enero]